Vulcano y las cuatro estaciones, o la historia de la IA

Vulcano y las cuatro estaciones, o la historia de la IA

Crear una inteligencia artificial (IA) es un sueño antiguo del hombre. Ya en la Ilíada de Homero se mencionaba a las doncellas doradas, dos autómatas de oro con la apariencia de jóvenes mujeres que poseían inteligencia, voz y fuerza, y que auxiliaban al dios del fuego Hefesto (Vulcano para los romanos) en su palacio del Olimpo, donde también fabricaba trípodes con ruedas de oro que por sí solos irían a la asamblea de los dioses y regresarían a casa. (Párrafos 368 y 410 del canto XVIII aquí)

A lo largo de la historia encontramos esfuerzos, limitados como es natural por la tecnología de su época, para hacer este sueño realidad, como el
autómata con armadura de Leonardo Da Vinci a fines del siglo XV, el flautista tamborilero y el pato con aparato digestivo de Jacques de Vaucanson en el siglo XVIII, o el ajedrecista de Leonardo Torres Quevedo a principios del siglo XX.

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Autómata de Leonardo Da Vinci. Foto: diario.es

Estos esfuerzos siempre han sido motivo de controversia, debido a las diversas posturas en torno a la naturaleza de la mente humana, que van desde la dualidad de mente y cuerpo de René Descartes hasta el mecanicismo de 
Thomas Hobbes, que afirmaba que el hombre es sólo una máquina.

De esta forma, los sueños y expectativas, el avance tecnológico y la concepción de la mente humana son las tres fuerzas cuya interacción ha determinado históricamente, y aún en nuestros días, la velocidad y dirección del progreso de la IA.

El desarrollo moderno de esta área del conocimiento arranca con la introducción de la computadora digital, que le proporcionó un “cerebro” donde residir y con el que se podía experimentar y desarrollar aplicaciones prácticas. Si hay que poner un tiempo y lugar, éste sería el verano de 1956 en la Universidad Dartmouth de la ciudad de Hanover en Estados Unidos. Allí se celebró el “Proyecto de investigación de verano en Inteligencia Artificial”, un programa al que asistieron 10 de los considerados padres de este campo, quienes a lo largo de 6 semanas discutieron trabajos sobre temas que continúan entre las principales áreas de investigación: redes neuronales, lógica y razonamiento, reconocimiento de patrones, prueba de teoremas de geometría y un programa que jugaba ajedrez.

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Asistentes al Proyecto sobre Inteligencia Artificial de Dartmouth en 1956 (Foto: Margaret Minsky) 

Los siguientes 15 años fueron impulsados por el avance tecnológico que representaba el progreso continuo de las computadoras, así como por las expectativas crecientes de instituciones académicas y de defensa en varios países, que al descubrir el potencial de la IA apoyaron centros de investigación y proyectos en casi todas las áreas. Entre los avances de esta época destacan programas para traducir, responder preguntas sencillas, jugar damas y ajedrez a nivel profesional, resolver problemas de cálculo y exámenes de inteligencia, clasificar imágenes y el primer robot que podía moverse y realizar tareas.

A partir de los 70s, gobiernos y empresas impulsaron numerosos proyectos de sistemas “expertos” que, de acuerdo con sus expectativas, replicarían los procesos de razonamiento, responderían preguntas y harían recomendaciones. No obstante, el increíble número de opciones que había que analizar para resolver problemas reales comenzó a superar la capacidad de las más avanzadas computadoras, limitando los resultados. A pesar de ello, se lograron avances como robots que ejecutaban órdenes verbales, sistemas expertos para diagnóstico médico y aplicaciones comerciales en banca y minería, así como los primeros vehículos autónomos que podían evadir obstáculos.

Hacia mediados de los 80s los resultados alcanzados ya no estaban al nivel de las expectativas, lo que provocó el desencanto del aparato de defensa y de las empresas, quienes detuvieron las inversiones y provocaron el llamado invierno de la IA. Sin embargo, junto con los apoyos disminuyeron también las presiones, por lo pudo darse un período de maduración que trajo avances teóricos y un enfoque más científico, en tanto cambiaba el paradigma de la computación hacia el uso de redes. Entre las ideas surgidas en esta época están los fundamentos para las redes neuronales profundas, así como los algoritmos para el aprendizaje de máquina y la minería de datos.

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Finalmente, el siglo XXI trajo consigo la explosión de la conectividad a internet, el aumento de la capacidad computacional y la invención de los teléfonos inteligentes, avances que pusieron enormes cantidades de datos a disposición de los investigadores, junto con la capacidad de procesarlos a gran velocidad. Gracias a ello pudieron ponerse en práctica las nuevas ideas y generar otras más, dando origen a una primavera de la inteligencia artificial en la que ahora son las empresas las que invierten y en la que hemos visto la interpretación del lenguaje natural y el reconocimiento de imágenes convertirse en cosa común, vehículos autónomos circular ya en pruebas por las calles y aplicaciones de aprendizaje de máquina hacer predicciones y recomendaciones en numerosas industrias y servicios.

El avance ha sido tan rápido y profundo que no hemos tenido tiempo de asimilarlo, por lo que las controversias sobre los impactos económicos, sociales y éticos del uso actual y futuro de la IA han adquirido gran intensidad, con expectativas que a veces parecieran superar el alcance de la tecnología. Resulta paradójico que, en los 80s, ante las controversias provocadas por el progreso de la inteligencia artificial, se solía escuchar a los expertos decir “¡La IA es mucho más que eso!”, hoy es frecuente escucharlos exclamar “¡La IA es mucho menos que eso!”.

No podemos adivinar el futuro, lo que sí podemos decir es que, luego del paso de las cuatro estaciones y de casi 2,800 años, parece que el sueño homérico de autómatas y vehículos autónomos empieza a convertirse en realidad, no para los dioses, sino para los hombres y mujeres de esta era, quienes debemos encontrar la manera de beneficiarnos de estas herramientas que, en la visión de La Ilíada, parecían exclusivas del Olimpo.

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